Mi nombre es Ruth Attias y quiero contar mi historia, que hasta hace poco me daba miedo admitir.

Desde que tengo memoria, la comida ha sido mi mayor fuente de felicidad.

Sin embargo, con un giro abrupto, se convirtió en un factor negativo en mi vida.

Siempre fui alta y más ‘grande’ que el resto de mis amigas, y era referida como tal. Esto es especialmente difícil creciendo en una sociedad donde tu valor casi siempre está definido por tu apariencia física.

“Si bajas 5 libras te doy un premio”, “¿te vas a comer todo eso?” “Mejor siéntate adelante porque ocupas más espacio que los demás”. Pequeños comentarios que para muchos no significan nada, viven en mi mente todos los días.

Recuerdo cuando iba a parques de atracciones y no me subía a las actividades que requerían que me pesara, para evitar cualquier humillación.

Aún tengo en la mente que los 11 años el doctor me mostró que mi masa corporal estaba en rojo.

Y cada una de las 9 nutricionistas que me hablaban del “estilo de vida” que tenía que vivir, restringiéndome varios alimentos y causando vergüenza por lo que un día llamé mi felicidad: la comida.

En mi adolescencia comía en mi cuarto a escondidas para que nadie pudiera juzgar las cantidades, pero todo cambió cuando me fui a la universidad. Encontré la privacidad que nunca sentí en Panamá, y podía comer sin miedo a que nadie me critique, pero esto me llevó al otro extremo.

Al engordar, me daba pánico regresar a mi país. ¿Qué iban a pensar de mí ahora?

En enero de 2021 decidí hacer un cambio a mí “estilo de vida” como tanto me lo decían y comencé un reto que me encontré en Tik Tok. Era mostrado como la vida perfecta, siguiendo una dieta saludable y haciendo ejercicio intenso todos los días, pero tenía un pequeño detalle: Si no completabas la cantidad de días del reto ininterrumpidamente, tenías que castigarte, y empezar desde cero. Lo terminé haciendo 3 veces, y no hace falta decir que se volvió una obsesión. No salía con mis amigos porque no podía comer lo mismo que ellos. En un viaje con mi familia perdí mi progreso del reto y lloré todo el día en lugar de disfrutar.

Aquí es donde realmente empezó mi trastorno alimenticio. Nunca tuve la mejor relación con la comida porque siempre le tuve un poco de miedo, sin embargo aquí se convirtió en mi enemigo.

Bajé muchísimo de peso, ya que no comía casi nada y hacía demasiado ejercicio, y aquí fue donde comenzaron los comentarios positivos de la gente. “Wow, ¿Qué te pasó?” “Que linda que te ves AHORA”.

Sentía tanta presión de quedarme en este cuerpo pequeño que me inventé un plan inconsciente para mantenerlo.

Mi mente me repetía que ahora valgo algo, y que si me engordo mi valor iba a desplomarse.

Nadie habla de lo competitiva y aislante que es esta enfermedad. Aceptar el problema fue mi primer paso para encontrar la ayuda necesaria, y luego de terapia e introspección, logré encontrar en un balance que cuido todos los días, con el que me volví entrenadora personal.

No sabemos el efecto que opinar sobre el cuerpo de alguien puede llegar a tener. A pesar de venir de buenas intenciones, uno nunca sabe lo que pasa detrás de escenas al felicitar a alguien por su cuerpo. En mi caso, me generó una necesidad de continuar mis obsesiones y hábitos tóxicos con la comida. Decidí dejar a un lado la vergüenza que siempre le tuve a mi trastorno alimenticio para generar conciencia y que otras personas no pasen por lo mismo que pasé yo. ¡No se habla de cuerpos!