Este año Panamá será el segundo país de las américas destinado a realizar elecciones generales para escoger sus máximos mandatarios políticos.  Habiéndonos precedido El Salvador, posteriormente tendrán sus turnos, respectivamente, República Dominicana, México, Uruguay, Estados Unidos y Venezuela.   

En este lado del mundo es muy común observar cómo unas elecciones siempre llaman a la controversia para que la acompañe y se mantenga a su lado antes, durante y después.   Panamá no es la excepción a esta regla general y estas elecciones que se aproximan bien pueden ser consideradas como la más controversial que hemos tenido en nuestra historia republicana. 

Quizás lo más controversial radica en la decisión de la Sala Segunda de la Corte Suprema de Justicia, la cual, a pocos meses de las elecciones, da el paso de ponerle fin a un largo proceso judicial de índole penal que genera el efecto de descalificar a uno de los candidatos que se perfilaba a dar la pelea.  A consecuencia de ello esa candidatura ahora es ostentada por quien hubiese sido el vicepresidente del descalificado, quien también afrontó la justicia penal, pero corrió con mejor suerte cuando la Corte Suprema de Justicia declaró la nulidad de la formulación de cargos en su contra.    

Mientras que el Tribunal Electoral no encontró inconveniente alguno en la candidatura, en virtud de la interposición de acciones legales de parte de quienes tienen un parecer distinto, se ha puesto nuevamente en manos de la Corte, esta vez en las del Pleno, decidir si los panameños podrán votar a favor o no de determinado candidato.   

Y la cosa no se agota allí porque independientemente a lo que resulte de esa situación que nos mantiene en suspenso, ninguno de los cinco o eventuales cuatro candidatos que pueden entrar en una conversación sobre un posible triunfo, goza o cuenta con el apoyo masivo de la población y se pronostican unas elecciones con resultados demasiado estrechos.  Siempre hemos tenido impugnaciones y denuncias de todo tipo.   

Que si en algún lugar miembros de un partido ofrecían dinero o algo insignificante a cambio de votos; gente haciéndose pasar por otra; quema anticipada de papeletas o papeletas llevadas a un lugar desconocido; intercambio de gritos y agresiones entre manzanillos de políticos, entre otras cosas.  Eso siempre lo hemos tenido y aunque son eventos no ajenos a las elecciones o llamadas fiestas electorales o pilares de democracia, más que nunca es urgente que rápidamente sepamos despojarnos de controversia y en conjunto enrumbar al país en tiempos donde más lo necesita.